Raúl
Ferrer
A
mis alumnos del Central Narcisa
Un
vecino del ingenio
dice
que Dorita es mala,
para
probarlo me cuenta
que
es arisca y mal criada
y
que cien veces al día
todo
el batey la regaña.
Que
a la hija de un colono,
le
dio ayer una pedrada,
y
que la del mayoral
le
puso roja la cara,
quién
sabe con qué razones
por
nosotros ignoradas.
Que
si la visten de limpio
al
poco rato su bata
está
rota o está sucia,
que
anda siempre despeinada,
que
no estudia la lección
y
nunca sabe la tabla,
que
el sábado y el domingo
se
pierde en las guardarrayas
y
recogiendo guayabas.
Y
yo pregunto: “Vecino,
vecino
de mala entraña,
¿quién
puede decir que sea
por
eso mi niña mala?.
Si
hubieras visto lo íntimo
de
su vida y de su alma
como
lo ha visto el maestro
¡Qué
diferente pensara…!
Verdad
que siempre está ausente,
pero
si viene no falta,
entre
sus manitas breves
un
ramo de rosas blancas
para
poner al Martí
que
tengo a mitad del aula.
Con
quien no tenga merienda
parte
a gusto su naranja;
si
cantamos al salir
se
oye su voz la más alta,
su
voz que es limpia y alegre
como
arpegio de guitarra.
Y
cuando explico aritmética
le
resulta tan abstracta
que
de flores y banderas
me
llena toda la página.
Y
prefiere en los recreos,
cuando
juegan a las casas,
jugar
con Luisa: la única
niña
negra de mi aula.
A
veces le llama Luisa
y
a veces le dice: ¡Hermana!.
Y
cuentan los que la vieron
que
en aquella tarde amarga
en
que no vino el maestro
era
la que más lloraba.
Cuando
se premie el cariño
y
lo rebelde del alma,
cuando
se entienda la risa
y
se le cante a la gracia,
cuando
la justicia rompa
entre
mi pueblo y su marcha
y
el tierno botón de un niño
sea
una flor en la esperanza,
habrá
que poner al pecho
de
mi niña una medalla
aunque
el batey, malicioso,
me
le dé tan mala fama,
y
tú -mi pobre vecino-
no
entiendas una palabra.